Titulares

jueves, 26 de abril de 2018

Soledades del poder

Por Felix Nuñez

La soledad del poder, es lo más difícil que le puede ocurrir a un mandatario. Las contradicciones del ejercicio diario de mandar, lo convierten en un solitario de la multitud. Rodeado de cortesanos, carece del tiempo para consultar a su conciencia. Sabe que todos le siguen por las radiaciones del mando, pero que en un instante le podrían abandonar.

El constante de la lucha política en el transcurso de toda la humanidad, es que nada es más frágil que el control del poder. Llega, se mantiene, y desaparece. Nada es para siempre. El poder es el más fiel ejemplo del ser humano: nace, crece, se reproduce y muere. Quedan en el camino las obras realizadas.

Las grandes revoluciones no pasaron de ser destellos de segundos, para luego desaparecer en medio de nuevas circunstancias. Desde hace 21 siglos se repite con distintas oraciones que hay mil años que se condensan en un día, y que un día puede llegar a equivaler a mil años.

Lo único que persiste es el legado. El cuerpo vuelve al polvo, pero las ideas perviven. Sin ideas, la fuerza bruta es reducida. Los grilletes y las paredes tras las rejas, aíslan el cuerpo físico, pero multiplican las ideas.

Aún en el núcleo del estallido de las masas populares, la cabeza dirigente es un solitario. Las circunstancias lo aíslan, aunque sus ideas conduzcan a las masas. Dantón, el máximo ejemplo del revolucionario histórico, murió solo con la guillotina cayendo sobre su cuello, mientras la revolución Francesa se deslizaba en medio de los riachuelos de sangre y el abismo.

El heredero de la revolución francesa, Napoleón Bonaparte, el gran conquistador, murió aislado en una isla ignota, sin que los franceses salieran a darle el respaldo en su último suspiro, el llamado gobierno de los Cien Días.

En tiempos modernos, surge la contracultura de la individualidad. La venden los grandes países imperiales. En los Estados Unidos el culto de hoy es al hombre o la mujer que se abre camino con su propio esfuerzo. No hay luchas colectivas, no hay integración social. Es la fuerza de uno.

Pero no necesariamente los gobernantes tienen que ser víctimas de esa soledad del poder. Debe haber una integración real y efectiva entre gobernantes y gobernados. Es que se convierta en realidad el gobierno del pueblo, para el pueblo y con el pueblo, como lo pregonó Abraham Lincoln.

Los males que sufre hoy el mundo necesitan soluciones colectivas. Es difícil, imposible, para un solo hombre hacer frente a los problemas y resolverlos desde su agenda personal. Tiene que haber integración de masas y de las distintas capas sociales, para buscar soluciones que sean reales y participativas.
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